Esta mañana me levanté pronto y bajé a la calle a hacer unos trámites, siempre me han aburrido los papeleos, así que me he dado tanta prisa en terminar, que me ha sobrado mucho tiempo libre; Como no me gusta estar sin hacer nada, he decidido dar un paseo.
La calle era extraña, no era la misma de siempre, había mucha gente y todos se apartaban a mi paso para mirarme con atención. Sus ojos eran llamas en mi piel que me obligaban a retroceder paso a paso, hasta que al final no he soportado el fuego, me he dado la vuelta y he echado a correr.
La gente se ha quedado atrás, pero he seguido corriendo hasta llegar a una calle muy oscura, a pesar de estar brillando el sol con todo su esplendor. En esa oscuridad me sentía más seguro; He parado unos segundos a coger aire y he recuperado la calma suficiente para seguir paseando a la luz de las sombras.
Tapado por las ramas de un árbol enorme me ha parecido ver un cristal que ha resultado ser el escaparate de una pequeña tienda de caballero. He obviado los trajes expuestos y mis ojos han ido a clavarse directamente en un sombrero negro con unas rayas blancas en la base. En ese momento he sentido como cierta cantidad de energía escapaba por mis pupilas e iba a parar al sombrero, que claramente me estaba eligiendo como medio de transporte.
Al salir de la tienda con el sombrero puesto, la calle adquiere una luz extraordinaria, casi cegadora.
Siento como mi nuevo accesorio me controla, unos cables imaginarios lo unen a mi cerebro, receptor de sus órdenes. Regreso a la atestada calle por la que inicié mi paseo, ya no hay tanta gente, y las pocas personas que encuentro, parecen huir de mi, asustadas después de echarme una mirada rápida.
El sombrero está contento, parece que le gusta hacer turismo, conocer el mundo que había más allá del cristal del escaparate. Al pasar cerca de una boina, lucha desesperadamente por salirse de mi cabeza y marcharse con ella dispuesto a cortejarla, pero los cables imaginarios nos mantienen bien unidos.
Está como loco y a mi me hace gracia la situación, debe ser su primer amor; Ese primer amor imposible para todos.
Nos sentimos los reyes de la calle, pero el título nos dura poco.,A lo lejos vislumbro un caballero con un smoking y un sombrero de copa enorme que consigue intimidar al mío; Este se aplasta un poco y se pega todo lo que puede a mi cabeza.
El gran señor me tiene tan hipnotizado que no veo el pozo en el que voy a caer, por lo que mi pie se lanza a pisar un suelo inexistente y mi cuerpo se sumerge en una caída vertiginosa a través de un oscuro túnel vertical. Siento como voy formando una espiral mientras me precipita al vacío.
La caída se alarga más de lo que preveo y me parecen horas, durante un momento sospecho que es un pozo infinito y jamás llegaré a tocar el fondo, pero justo en ese momento mi vida impacta fuertemente contra un suelo firme como el cemento.
Mi cuerpo queda inmóvil, mirando hacia arriba, sin poder moverse, viendo la luz exterior al fondo; Así permanezco durante algunas horas, sin que nadie se asome al pozo, y finalmente comienzo a llorar a la vez que empieza a llover.
El pozo se va llenando poco a poco por lo que temo ahogarme y que mi cadáver quede ahí abajo para siempre. Cuando ya apenas toco el fondo con la punta de los dedos de los pies, me acuerdo de mi sombrero que curiosamente no se ha movido de mi cabeza, me lo quito y lo suelto, me sorprendo al ver su flotabilidad, que es maravillosa. Me aferro al sombrero flotador con todas mis fuerzas y abandono mis pies a la corriente, poco a poco va ascendiendo hacia la abertura, que parece dar directamente al cielo.
El pozo se desborda y yo salgo empapado, echo a andar sin saber a dónde. Cuando termina de llover, mis lágrimas finalizan, me dirijo a casa y me despierto del sueño al lado de un sombrero negro con rayas blancas en la base.
viernes, 29 de julio de 2011
jueves, 30 de junio de 2011
La cárcel de las sonrisas
Cuando las sonrisas quedan encarceladas, no hay nada que hacer, salvo perder la dignidad y hacerse pequeño, huir de la condición social y esconderse en un sueño. El mundo no es perfecto para ciertas miradas vacías de ironía y llenas de misterio, que buscan en su propio universo una estrella de la que colgar un columpio para jugar eternamente.
Si los barrotes son muy duros, del cuerpo crece un muro de cristal blindado, que va creciendo más y más hasta alcanzar la infinidad a medida que crece la imperfección a un lado y se destruye la perfección al otro. El mundo se ve, pero no se siente y las lágrimas se evaporan antes de llegar al nacimiento, pues la mente no obedece y se acelera como una bicicleta sin frenos en una cuesta abajo.
La risa explota de forma incontrolada sin que se oiga el más mínimo sonido, son carcajadas mudas, atrapadas en algún sitio del pecho, acumuladas para oírse en el vaivén junto a los mudos susurros de una soledad callada permanentemente, ya que nunca hubo valor a pinchar las burbujas del jabón que tan buen aroma posee.
Dentro de las miradas, muy al fondo, existe una cueva donde aguarda un cerrojo esperando a ser abierto. La llave está esparcida, como el polen en el viendo, por el mundo infinito de besos abrazos y caricias que nace cada vez que alguien se asoma dentro.
La vida queda estática, igual que una fotografía atrapada en un marco, aguardando esa mano que siempre la toma para verla y esa imaginación que es capaz de formar un vídeo con un solo fotograma.
Todo gira muy rápido mientras alguien lo observa apaciblemente desde su lado del cristal, sentado en una silla se pregunta cuánto tiempo hace desde que cruzó la línea. De vez en cuando alguien al otro lado se para un segundo a saludarle mediante gestos que alguna vez supo interpretar y que ya olvidó. Enfoca la mirada, pero ya no hay nadie, y vuelve a perderse en la isla donde naufragó. La mirada se vacía de toda cordura y en su pecho queda guardada una nueva carcajada silenciosa que sólo se escucha en las estrellas.
Si los barrotes son muy duros, del cuerpo crece un muro de cristal blindado, que va creciendo más y más hasta alcanzar la infinidad a medida que crece la imperfección a un lado y se destruye la perfección al otro. El mundo se ve, pero no se siente y las lágrimas se evaporan antes de llegar al nacimiento, pues la mente no obedece y se acelera como una bicicleta sin frenos en una cuesta abajo.
La risa explota de forma incontrolada sin que se oiga el más mínimo sonido, son carcajadas mudas, atrapadas en algún sitio del pecho, acumuladas para oírse en el vaivén junto a los mudos susurros de una soledad callada permanentemente, ya que nunca hubo valor a pinchar las burbujas del jabón que tan buen aroma posee.
Dentro de las miradas, muy al fondo, existe una cueva donde aguarda un cerrojo esperando a ser abierto. La llave está esparcida, como el polen en el viendo, por el mundo infinito de besos abrazos y caricias que nace cada vez que alguien se asoma dentro.
La vida queda estática, igual que una fotografía atrapada en un marco, aguardando esa mano que siempre la toma para verla y esa imaginación que es capaz de formar un vídeo con un solo fotograma.
Todo gira muy rápido mientras alguien lo observa apaciblemente desde su lado del cristal, sentado en una silla se pregunta cuánto tiempo hace desde que cruzó la línea. De vez en cuando alguien al otro lado se para un segundo a saludarle mediante gestos que alguna vez supo interpretar y que ya olvidó. Enfoca la mirada, pero ya no hay nadie, y vuelve a perderse en la isla donde naufragó. La mirada se vacía de toda cordura y en su pecho queda guardada una nueva carcajada silenciosa que sólo se escucha en las estrellas.
sábado, 11 de junio de 2011
Sombras quebradas por luces efímeras
Me dirijo a la cocina distraido, con una lata de refresco vacía en la mano, la meto en la nevera y cierro la puerta. Me quedo mirando el reloj, no lo escucho, pero veo su tic tac. Siempre se ve pasar el tiempo, pero nunca se oye, tan sólo el tic tac de los relojes que lo secuestran en una cárcel, cuyos barrotes albergan la esperanza de un futuro lleno de triunfos sin valorar y pérdidas sobrevaloradas.
Me pienso como pieza de un gran puzzle, que defectuosa no encaja en el dibujo dejándolo incompleto, inacabado. Somos puzzles pequeñitos que se unen a otros más grandes; Mi mente se pierde en esa red inmensa alrededor del mundo. Al momento deshago la red y vuelvo a la nevera, saco la lata y la tiro a la basura.
Regreso al salón, miro por la ventana y la calle se me antoja un universo nuevo por explorar, me doy la vuelta y siento las paredes caerse sobre mi, mientras mi cuerpo crece desmesuradamente a una velocidad de vértigo, que acelera el aplastamiento. Me transformo en una madeja hecha nudos que me ahogan y que al tratar de deshacer aprieto aún más.
Bajo a la calle, le encargo a la brisa que sea mi peine, y siento mucho miedo, pues de repente parece que olvido el lenguaje, dejo de entender cuando me hablan con palabras. Necesito un abrazo de esos que me hacen sentir grande como un océano, enamorado del cielo y condenado a rozarse solamente en el infinito horizonte.
Inflo mi alma y la dejo ascender, como el globo que se le escapa a un niño y vuela fugaz hacia el cielo, mientras mi cuerpo permanece inmóvil observando la ascensión, igual que la pequeña mirada perdida en el infinito y cargada de lágrimas henchidas de pérdida provocadas por el cielo ladrón de globos. Me hace gracia mi idea y me imagino al cielo escondiendo un almacén secreto de globos perdidos y a sus pobres dueños cuya mirada nunca recobró la alegría.
Te pienso, y al pensarte quiero olvidarte, porque eres una herida abierta desde dentro, una especie de huevo en flor del que nace un gusano que va alimentándose vorazmente de una castaña, hasta que su saciedad le obliga a salir a respirar y forma un túnel hacia el exterior del fruto. Me devoras por dentro mientras yo me deshago buscando el extremo de mi madeja.
No logro quitarme del todo el sabor del dolor, busco en mi lengua la fuente del mismo y encuentro escondidas las últimas palabras que callé. Desconozco si algún día seré capaz de expulsarlas hacia tus oídos y libre pueda gritarle al viento que sople todo lo fuerte que quiera, pues no me llevará más con él porque habré de cargar piedras en los bolsillos, igual que a mi espalda cargo el peso de la culpa que jamás tuve, pero soñé tener.
Me harto de entender y busco sentir; Los caminos se abren ante mi y elijo el más difícil, la calle más oscura me parece la más bella, me adentro y llego a un paraíso que se extiende desde mi propio cuerpo hasta un abismo que baja al mismísimo infierno. Lo qué más temo es llegar al final, pegar un salto y desde arriba al observar el camino que he andado darme cuenta que había un mar de lágrimas y un cielo de sonrisas, pero por no saber ponerle alas a mi barca nunca llegué a ver las sonrisas.
Regreso a casa, más despeinado que nunca, al entrar oigo el tic tac del reloj, entro a la cocina y miro como se mueve el minutero, constante imparable, mientras el segundero acelera su marcha y se acerca rápidamente a adelantarlo. Abro la nevera, cojo una lata de refresco y me voy al sofá a ver la tele, al cabo de una hora me doy cuenta que está apagada.
Me pienso como pieza de un gran puzzle, que defectuosa no encaja en el dibujo dejándolo incompleto, inacabado. Somos puzzles pequeñitos que se unen a otros más grandes; Mi mente se pierde en esa red inmensa alrededor del mundo. Al momento deshago la red y vuelvo a la nevera, saco la lata y la tiro a la basura.
Regreso al salón, miro por la ventana y la calle se me antoja un universo nuevo por explorar, me doy la vuelta y siento las paredes caerse sobre mi, mientras mi cuerpo crece desmesuradamente a una velocidad de vértigo, que acelera el aplastamiento. Me transformo en una madeja hecha nudos que me ahogan y que al tratar de deshacer aprieto aún más.
Bajo a la calle, le encargo a la brisa que sea mi peine, y siento mucho miedo, pues de repente parece que olvido el lenguaje, dejo de entender cuando me hablan con palabras. Necesito un abrazo de esos que me hacen sentir grande como un océano, enamorado del cielo y condenado a rozarse solamente en el infinito horizonte.
Inflo mi alma y la dejo ascender, como el globo que se le escapa a un niño y vuela fugaz hacia el cielo, mientras mi cuerpo permanece inmóvil observando la ascensión, igual que la pequeña mirada perdida en el infinito y cargada de lágrimas henchidas de pérdida provocadas por el cielo ladrón de globos. Me hace gracia mi idea y me imagino al cielo escondiendo un almacén secreto de globos perdidos y a sus pobres dueños cuya mirada nunca recobró la alegría.
Te pienso, y al pensarte quiero olvidarte, porque eres una herida abierta desde dentro, una especie de huevo en flor del que nace un gusano que va alimentándose vorazmente de una castaña, hasta que su saciedad le obliga a salir a respirar y forma un túnel hacia el exterior del fruto. Me devoras por dentro mientras yo me deshago buscando el extremo de mi madeja.
No logro quitarme del todo el sabor del dolor, busco en mi lengua la fuente del mismo y encuentro escondidas las últimas palabras que callé. Desconozco si algún día seré capaz de expulsarlas hacia tus oídos y libre pueda gritarle al viento que sople todo lo fuerte que quiera, pues no me llevará más con él porque habré de cargar piedras en los bolsillos, igual que a mi espalda cargo el peso de la culpa que jamás tuve, pero soñé tener.
Me harto de entender y busco sentir; Los caminos se abren ante mi y elijo el más difícil, la calle más oscura me parece la más bella, me adentro y llego a un paraíso que se extiende desde mi propio cuerpo hasta un abismo que baja al mismísimo infierno. Lo qué más temo es llegar al final, pegar un salto y desde arriba al observar el camino que he andado darme cuenta que había un mar de lágrimas y un cielo de sonrisas, pero por no saber ponerle alas a mi barca nunca llegué a ver las sonrisas.
Regreso a casa, más despeinado que nunca, al entrar oigo el tic tac del reloj, entro a la cocina y miro como se mueve el minutero, constante imparable, mientras el segundero acelera su marcha y se acerca rápidamente a adelantarlo. Abro la nevera, cojo una lata de refresco y me voy al sofá a ver la tele, al cabo de una hora me doy cuenta que está apagada.
jueves, 2 de junio de 2011
La huella del último beso
Las despedidas son siempre tristes, y mucho más cuando son para siempre, porque alguien se va de este mundo de locos. Cuando se vela a un cadáver, los relojes parecen no funcionar, el tiempo queda detenido de manera extraña. El protagonista de la velada se mantiene dignamente cruzado de brazos en el centro de un gran corro cuyos ojos permanecen vidriosos, unos mirando al suelo, otros mirando al cuerpo sin vida, con una mezcla de tristeza y curiosidad, preguntándose cuánto queda de la persona que habitaba en su interior y cuanto se ha marchado a no se sabe muy bien donde.
El cadáver se encuentra vestido acorde a la ocasión, con sus mejores galas, preparado para el viaje que comienza; Con su partida también empieza el desfile de despedidas de las personas que mantenían algún tipo de vínculo, Todos hacen balance de los momentos compartidos, a la memoria acuden veloces los recuerdos más alegres que se creían olvidados, y que en ese momento no traen adjunta la alegría, sino la tristeza.
Una vez quise despedirme de alguien que partió en busca de las estrellas; Después de un cierto tiempo valorando si hacerlo o no, me decidí a entrar al lugar donde aguardaba ese cuerpo que tantas veces había abrazado. Vestía de blanco, dentro de una caja, como si fuera la figura de un ángel en una vitrina. Me senté a su lado, esperando quizá que abriera los ojos, pero no lo hizo, intenté buscar la vida, pero no la encontré. Aún así hablé con ese ángel, pero de mi garganta no salió ningún sonido, le desee buen viaje, aunque de mala gana, porque no quería que se marchara, mientras lo hacía no derrame ni una sola lágrima, era una despedida serena.
Pasados unos minutos me levante de la silla, y como siempre, me dirigí a darle un beso, mientras me acercaba, me vi desde fuera caminando a cámara lenta, los 3 pasos que me separaban del ataúd parecieron kilómetros, había miradas de diversos espectadores, preparándose para estallar en un llanto incontrolable al observar el irremediable último beso de dos almas que se quedaban en mundos diferentes, separados por una barrera extraña que nadie sabe muy bien donde se encuentra.
Al llegar a la caja de madera apoyé mis manos en ella; Miré su cara llena de paz, y una sonrisa se dibujó en su rostro. Bajé la cabeza lentamente, y cuando estuve a su altura cerré los ojos y mis labios comenzaron un suave movimiento formando un beso que impactó contra su frente. Sin embargo no fue como esperaba, creí encontrar el calor que siempre tuvo, pero aquella piel estaba fría como la escarcha, Ese frío se coló en mis labios y quedó para siempre dentro de mi cabeza.
Me erguí y salí del cuarto sin mirar atrás. Una vez fuera lloré silenciosamente, al poco rato las lágrimas se acabaron, aunque seguí llorando, pero por dentro, otras lágrimas diferentes, que dudo algún día puedan llegar a agotarse.
El cadáver se encuentra vestido acorde a la ocasión, con sus mejores galas, preparado para el viaje que comienza; Con su partida también empieza el desfile de despedidas de las personas que mantenían algún tipo de vínculo, Todos hacen balance de los momentos compartidos, a la memoria acuden veloces los recuerdos más alegres que se creían olvidados, y que en ese momento no traen adjunta la alegría, sino la tristeza.
Una vez quise despedirme de alguien que partió en busca de las estrellas; Después de un cierto tiempo valorando si hacerlo o no, me decidí a entrar al lugar donde aguardaba ese cuerpo que tantas veces había abrazado. Vestía de blanco, dentro de una caja, como si fuera la figura de un ángel en una vitrina. Me senté a su lado, esperando quizá que abriera los ojos, pero no lo hizo, intenté buscar la vida, pero no la encontré. Aún así hablé con ese ángel, pero de mi garganta no salió ningún sonido, le desee buen viaje, aunque de mala gana, porque no quería que se marchara, mientras lo hacía no derrame ni una sola lágrima, era una despedida serena.
Pasados unos minutos me levante de la silla, y como siempre, me dirigí a darle un beso, mientras me acercaba, me vi desde fuera caminando a cámara lenta, los 3 pasos que me separaban del ataúd parecieron kilómetros, había miradas de diversos espectadores, preparándose para estallar en un llanto incontrolable al observar el irremediable último beso de dos almas que se quedaban en mundos diferentes, separados por una barrera extraña que nadie sabe muy bien donde se encuentra.
Al llegar a la caja de madera apoyé mis manos en ella; Miré su cara llena de paz, y una sonrisa se dibujó en su rostro. Bajé la cabeza lentamente, y cuando estuve a su altura cerré los ojos y mis labios comenzaron un suave movimiento formando un beso que impactó contra su frente. Sin embargo no fue como esperaba, creí encontrar el calor que siempre tuvo, pero aquella piel estaba fría como la escarcha, Ese frío se coló en mis labios y quedó para siempre dentro de mi cabeza.
Me erguí y salí del cuarto sin mirar atrás. Una vez fuera lloré silenciosamente, al poco rato las lágrimas se acabaron, aunque seguí llorando, pero por dentro, otras lágrimas diferentes, que dudo algún día puedan llegar a agotarse.
lunes, 9 de mayo de 2011
Pequeño instante mágico en el suburbano
Me encontraba físicamente en la puerta del astro rey, bajo tierra, aunque mi mente volaba lejos en tiempo y distancia. A bordo de un barco comerciaba con territorios orientales varios siglos atrás.
Mis oídos también estaban ocupados, una melodía impedía de forma intencionada que nada me devolviera a mi vida. Todos los accesos habituales a los estímulos estaban sellados, dejándome totalmente abstraído en ese mundo bello de mi imaginación.
De esa guisa me hallaba cuando cometí el error de abrir por un microsegundo los receptores de estímulos visuales, alce brevemente la cabeza y quede totalmente hipnotizado por la criatura mas hermosa del mundo.
La melodía se detuvo y trajo un silencio callado únicamente por los sonidos que emitía la criatura. Avance siglos y corrí miles de kilómetros en un segundo, hasta quedar en el momento presente.
Ante mi había una niña, de unos 4 años, con unos ojos rasgados poseedores de una mirada enérgica, llena de la vida mas pura y mas inocente. A ambos lados de la cabeza nacía una trenza que dividía el cabello de forma simétrica y perfecta.
Llevaba un vestido de un rojo intenso, cual cereza madura desafiando al gorrión con apetito de 3 días. A juego con sus sandalias, de las cuales ascendían por sus piernas unas medias de color blanco, como la piel pálida de su rostro.
La niña jugaba cerca de su madre, ejercitando la imaginación adquirida no hace mucho, saltaba, reía, movía los brazos de un lado a otro, como comprobando cada movimiento que su pequeño cuerpo era capaz de hacer.
La vida es magia, pensé observando a la niña, que parecía disfrutar con cada pequeño movimiento.
Desvié la mirada a su madre, sus ojos eran exactamente iguales, pero no poseían la misma mirada, que en contraposición a la de su hija era triste y ausente, parecía una mujer tímida, introvertida y llena de resignación, tal vez fruto de la educación que una vez recibió, y que la hizo perder la energía y alegría, que hoy domina la vida de su hija.
Regrese a la niña que me transmitía parte de la energía que irradiaba, y por un instante su mirada se posó en la mía, me miraba de forma curiosa, con mirada de niño que mira a una persona mayor. Me pregunté en ese instante si ella también percibió parte de mi energía, mucho mas apagada que la suya.
Un ruido ensordecedor nos sobrecogió a ambos y nos robó ese instante mágico; El tren iniciaba su entrada en la estación; Cuando se hubo detenido me moví, aun un poco ausente, dirigiéndome hacia una de las puertas que daban acceso al vagón.
La niña del vestido rojo y su madre entraron al mismo vagón, pero por otra puerta, mi mirada danzaba entre ambas, como quien mira la escena mas bella del cuadro jamás pintado.
En un segundo el vagón rebosó de gente que volvían a ser personas y finalizó el baile hechizado de mi mirada al terminar la canción compuesta solo por dos notas, la niña y su madre.
Mis ojos se sumergieron de nuevo en el mar de letras que tenia entre mis manos, sonreí sin ningún motivo en concreto dispuesto a retomar mi viaje.
Mis oídos también estaban ocupados, una melodía impedía de forma intencionada que nada me devolviera a mi vida. Todos los accesos habituales a los estímulos estaban sellados, dejándome totalmente abstraído en ese mundo bello de mi imaginación.
De esa guisa me hallaba cuando cometí el error de abrir por un microsegundo los receptores de estímulos visuales, alce brevemente la cabeza y quede totalmente hipnotizado por la criatura mas hermosa del mundo.
La melodía se detuvo y trajo un silencio callado únicamente por los sonidos que emitía la criatura. Avance siglos y corrí miles de kilómetros en un segundo, hasta quedar en el momento presente.
Ante mi había una niña, de unos 4 años, con unos ojos rasgados poseedores de una mirada enérgica, llena de la vida mas pura y mas inocente. A ambos lados de la cabeza nacía una trenza que dividía el cabello de forma simétrica y perfecta.
Llevaba un vestido de un rojo intenso, cual cereza madura desafiando al gorrión con apetito de 3 días. A juego con sus sandalias, de las cuales ascendían por sus piernas unas medias de color blanco, como la piel pálida de su rostro.
La niña jugaba cerca de su madre, ejercitando la imaginación adquirida no hace mucho, saltaba, reía, movía los brazos de un lado a otro, como comprobando cada movimiento que su pequeño cuerpo era capaz de hacer.
La vida es magia, pensé observando a la niña, que parecía disfrutar con cada pequeño movimiento.
Desvié la mirada a su madre, sus ojos eran exactamente iguales, pero no poseían la misma mirada, que en contraposición a la de su hija era triste y ausente, parecía una mujer tímida, introvertida y llena de resignación, tal vez fruto de la educación que una vez recibió, y que la hizo perder la energía y alegría, que hoy domina la vida de su hija.
Regrese a la niña que me transmitía parte de la energía que irradiaba, y por un instante su mirada se posó en la mía, me miraba de forma curiosa, con mirada de niño que mira a una persona mayor. Me pregunté en ese instante si ella también percibió parte de mi energía, mucho mas apagada que la suya.
Un ruido ensordecedor nos sobrecogió a ambos y nos robó ese instante mágico; El tren iniciaba su entrada en la estación; Cuando se hubo detenido me moví, aun un poco ausente, dirigiéndome hacia una de las puertas que daban acceso al vagón.
La niña del vestido rojo y su madre entraron al mismo vagón, pero por otra puerta, mi mirada danzaba entre ambas, como quien mira la escena mas bella del cuadro jamás pintado.
En un segundo el vagón rebosó de gente que volvían a ser personas y finalizó el baile hechizado de mi mirada al terminar la canción compuesta solo por dos notas, la niña y su madre.
Mis ojos se sumergieron de nuevo en el mar de letras que tenia entre mis manos, sonreí sin ningún motivo en concreto dispuesto a retomar mi viaje.
sábado, 7 de mayo de 2011
El vapor de la soledad
La mirada de Cati era muy profunda y misteriosa, aunque reflejaba una gran tristeza; Llevaba ya dos años sola en la calle, su familia no la quería y un buen día decidió marcharse; Sin ningún sitio donde acudir, no tuvo más remedio que ir de un lugar a otro, durmiendo en cualquier parte, y buscando comida en los cubos de basura de los restaurantes.
Cati antes era muy sociable, pero en la calle la gente la miraba con desprecio por lo que acabó volviéndose totalmente antisocial, una vez al acercarse a un chico, éste la pegó tal patada que estuvo con dolor de espalda dos semanas, casi no se podía mover y creyó que iba a morir, pero aquello no estaba aun en su destino. No era la primera vez que rozaba el mundo de los muertos, en otra ocasión se acercó a un camarero que estaba fumando a la puerta de un restaurante con la esperanza de que le diera algo de comer, parecía muy amable, entró al restaurante y al poco tiempo regresó a la calle con un poco de carne.
Cati tenía mucha hambre, tanta que ni siquiera saboreó la carne, quizá si lo hubiese hecho hubiera percibido algo extraño en ella. El camarero en realidad no quería verla más cerca del restaurante y trató de envenenarla, pasó 2 días enteros vomitando, y otros 3 con dolores abdominales que la impedían moverse, por ello durante ese tiempo quedó tendida sobre un cartón en una calle muy poco transitada; La gente que por allí pasaba la daba por muerta y no se acercaban a comprobarlo.
En esos días su cuerpo se transformó, era muy fino y sus huesos casi sobresalían por encima de la carne; Su pelo que antes brillaba con intensidad ahora estaba lacio y sin color, ya casi no quedaba nada de la belleza que un día tuvo.
Una noche perdió un ojo, pasó por una calle donde había dos chicos practicando el tiro con una lata, desgraciadamente un plomo fue a alojarse en el globo ocular de Cati; Los chicos en vez de ayudarla se marcharon corriendo, Cati no podía ser más desgraciada, suponía que no duraría mucho más en la calle, la vida se le acababa.
Como un cuchillo caliente que atraviesa mantequilla, a su paso la gente se iba apartando, dejaba tras de si asco y repugnancia. Cati estaba resignada, nadie la iba a querer tal como era: Era fea, olía mal, y le faltaba un ojo. Mientras caminaba absorta en ese pensamiento, un perro comenzó a ladrar, Cati se asustó tanto que echó a correr, sin darse cuenta que un coche se dirigía hacia allí a gran velocidad. El coche ni se molestó en frenar, Cati murió en el mismo momento del impacto contra el vehículo, y posteriormente su cuerpo quedó aplastado contra el asfalto.
Nadie se acercó a retirar el cadáver, que terminó por secarse al sol.
El alma de Cati se liberó del peso de su cuerpo y volvió a ser tan bella como siempre, mientras se iba elevando, una sensación de felicidad la iba embriagando, por fin se marchaba al cielo de los gatos, aislado de la crueldad humana.
Cati antes era muy sociable, pero en la calle la gente la miraba con desprecio por lo que acabó volviéndose totalmente antisocial, una vez al acercarse a un chico, éste la pegó tal patada que estuvo con dolor de espalda dos semanas, casi no se podía mover y creyó que iba a morir, pero aquello no estaba aun en su destino. No era la primera vez que rozaba el mundo de los muertos, en otra ocasión se acercó a un camarero que estaba fumando a la puerta de un restaurante con la esperanza de que le diera algo de comer, parecía muy amable, entró al restaurante y al poco tiempo regresó a la calle con un poco de carne.
Cati tenía mucha hambre, tanta que ni siquiera saboreó la carne, quizá si lo hubiese hecho hubiera percibido algo extraño en ella. El camarero en realidad no quería verla más cerca del restaurante y trató de envenenarla, pasó 2 días enteros vomitando, y otros 3 con dolores abdominales que la impedían moverse, por ello durante ese tiempo quedó tendida sobre un cartón en una calle muy poco transitada; La gente que por allí pasaba la daba por muerta y no se acercaban a comprobarlo.
En esos días su cuerpo se transformó, era muy fino y sus huesos casi sobresalían por encima de la carne; Su pelo que antes brillaba con intensidad ahora estaba lacio y sin color, ya casi no quedaba nada de la belleza que un día tuvo.
Una noche perdió un ojo, pasó por una calle donde había dos chicos practicando el tiro con una lata, desgraciadamente un plomo fue a alojarse en el globo ocular de Cati; Los chicos en vez de ayudarla se marcharon corriendo, Cati no podía ser más desgraciada, suponía que no duraría mucho más en la calle, la vida se le acababa.
Como un cuchillo caliente que atraviesa mantequilla, a su paso la gente se iba apartando, dejaba tras de si asco y repugnancia. Cati estaba resignada, nadie la iba a querer tal como era: Era fea, olía mal, y le faltaba un ojo. Mientras caminaba absorta en ese pensamiento, un perro comenzó a ladrar, Cati se asustó tanto que echó a correr, sin darse cuenta que un coche se dirigía hacia allí a gran velocidad. El coche ni se molestó en frenar, Cati murió en el mismo momento del impacto contra el vehículo, y posteriormente su cuerpo quedó aplastado contra el asfalto.
Nadie se acercó a retirar el cadáver, que terminó por secarse al sol.
El alma de Cati se liberó del peso de su cuerpo y volvió a ser tan bella como siempre, mientras se iba elevando, una sensación de felicidad la iba embriagando, por fin se marchaba al cielo de los gatos, aislado de la crueldad humana.
domingo, 1 de mayo de 2011
El lado podrido del amor
Frente al cuerpo desnudo y sudoroso de un desconocido habría de recordar Joseph, muchos años más tarde, el único amor que gobernó su mísera vida, y que lo había dejado maldito, condenado a vagar de cuerpo en cuerpo, calmando momentaneamente su sed de pasión, pero nunca la triste soledad que desde entonces lo acompañó.
Era una noche fría, caminaba rápido, distraido, cuando una mirada quedó marcada a fuego para siempre en su retina provocándole una quemadura que redujo sustancialmente su visión. El mundo se detuvo momentaneamente; Hasta la tierra paró su eterno movimiento para observar aquel encuentro.
Nunca dos miradas se clavaron de la misma manera, cual puñales en el alma, llegando a ver las mismísimas entrañas, los pensamientos más escondidos, y los deseos más fervientes, provocando un accidente que a largo plazo habría de ser mortal.
Sus cuerpos siguieron el camino que marcaban las miradas, lentamente, hasta quedar uno frente al otro. Sin emitir sonido alguno, acercaron sus labios y se besaron con una pasión inmensa. La sangre fluía a borbotones en ambos corazones, que bombeaban más deprisa que nunca y con el mismo ritmo.
Los labios de Joseph no habían probado nada tan dulce como aquello; Aquel azúcar alimentó rápidamente el amor que llevaba en su interior, y una luz comenzó a brillar alrededor de ambos, tan pura y tan intensa que la gente que paseaba por la zona la siguió buscando el foco de emisión, y quedando contagiada del amor en el mismo momento en que lo encontraban y de una hipnosis que obligaba a desechar cualquier tipo de odio.
¿Qué te pasa? preguntó el amante desconocido a Joseph, que rápidamente salió de su abstracción quedando por un segundo perdido entre la realidad y la imaginación. Se encontró abrazado a aquel cuerpo.
¿No te gusto? preguntó de nuevo la voz del cuerpo.
Perdona, es que acabo de acordarme que no he hecho una cosa en el trabajo, mintió Joseph. Tronco, si no estás a lo que tienes que estar lo dejamos, dijo la voz.
No, no, de verdad, ya me concentró, añadió Joseph.
Follaron rápido, sin mirarse, sin darse un solo beso y sin mostrar el mínimo sentimiento. Nada más llegar al orgasmo, el chico quedó tendido boca abajo en la cama y así permaneció hasta la mañana siguiente.
Joseph en cambio quedó nuevamente ensimismado por el dulce dolor que le provocaba el recuerdo.
El dueño de la ardiente mirada se llamaba Rodrigo, nombre que ese mismo día tatuó Joseph para siempre en su alma. Tras las 5 horas que duró el beso, sus labios se desprendieron, y el mundo volvió a girar, quedando modificados los husos horarios.
No pudieron vivir un sólo día desde entonces sin verse. Rodrigo resultó ser un ángel que cayó del cielo para hacer feliz a Joseph. Las horas parecían segundos cuando estaban juntos, se complementaban a la perfección, eran las dos mitades de un mismo alma, y cuando la distancia les separaba, los segundos se transformaban en años, y su mente nunca estaba en el mismo sitio que sus cabezas.
La felicidad dominó sus vidas en los años siguientes, sin embargo Rodrigo había olvidado su misión como ángel, que era hacer feliz a muchas personas, no sólo a una, pero el tiempo se encargo de despertar de nuevo sus instintos de ángel, a los cuales poco a poco tuvo que entregarse; Al principio se negó, sólo quería amar a Joseph, aunque más tarde comprendíó que podría seguir amándolo mientras, ayudaba a otras personas a ser un poquito más felices.
Joseph no comprendió que Rodrigo ya no lo tuviera como epicentro de su vida, y la llama que ardió aquella noche lejana, comenzó a apagarse.
Rodrigo usó un fuelle mágico para encender de nuevo aquellas brasas, pero Joseph ya había desviado su camino.
Los días comenzaron a ser insostenibles, Rodrigo intuía el fin de todo, y una noche Joseph le rasgó su alma de ángel: Me marcho.
Se miraron a los ojos y sintieron un pequeño resto de aquella primera mirada; Comenzaron a brotar lágrimas, se abrazaron y se entregaron por última vez al amor, Hicieron el amor entre sollozos, muy lentamente, agotando las últimas caricias, y los últimos besos.
Terminaron también con él último abrazo y Joseph comenzó a recoger sus cosas para marcharse. El cuarto iba perdiendo luz con cada prenda que guardaba en la maleta, mientras Rodrigo lo observaba apoyado en el marco de la puerta, sintiendo como el dolor le iba desgarrando por dentro.
Cuando el último calcetín fue guardado, se miraron nuevamente y ya no se encontraron, Tenían ante si a un extraño al que curiosamente conocían muy bien.
En silencio Joseph salió de la habitación y abandonó la casa sin mirar atrás.
Rodrigo dejó estallar todo el dolor y la agonía y comenzó a llorar un océano entero, empapando primero la almohada, hasta calar poco a poco el colchón, se formaron olas en las que se dejó mecer, casi inconsciente; La tormenta no amainó hasta pasados 7 días de lágrimas. Después de aquello hicieron falta 7 largos meses de reforma de la casa, ya que había quedado en muy malas condiciones después de someterse al agua salada.
Después de aquello Rodrigo pronunció las maldiciones que acabarían poco más tarde con su vida y mantendrían atado para siempre a Joseph a su recuerdo.
Joseph por su parte no tardó en arrepentirse de su marcha, la soledad se le metió dentro y lo dejó vacío, igual que la carcoma va ahuecando un árbol que no es capaz de defenderse y se entrega triste a la derrota final.
Comenzó una búsqueda desesperada de otra mirada que le quemara por completo las retinas, quería sentir de nuevo ese fuego quemándole por dentro, tan doloroso y a la vez tan dulce, pero todos los ojos se le antojaban vacíos, igual que él.
Algo al lado de Joseph se movió y cayó de bruces contra el momento presente. Había pasado la noche en vela; A su lado yacía el cuerpo dormido de alguien cuyo alma estaba tan destruida como la suya; Reflexionó durante un momento.
Se levantó de la cama y se dirigió al baño a mirarse en el espejo, ya casi no recordaba quien era. Al contemplar su imagen, empezó a dolerle hasta la sangre, tanto que se le inflamaron las venas y se dibujaron grandes cardenales por todo el cuerpo, observó su cara amoratada, y sonrió mientras pensaba en que ya era hora de afeitarse la barba.
Mientras la paz llegaba tuvo la certeza de que su alma volvería a estar completa muy pronto.
Era una noche fría, caminaba rápido, distraido, cuando una mirada quedó marcada a fuego para siempre en su retina provocándole una quemadura que redujo sustancialmente su visión. El mundo se detuvo momentaneamente; Hasta la tierra paró su eterno movimiento para observar aquel encuentro.
Nunca dos miradas se clavaron de la misma manera, cual puñales en el alma, llegando a ver las mismísimas entrañas, los pensamientos más escondidos, y los deseos más fervientes, provocando un accidente que a largo plazo habría de ser mortal.
Sus cuerpos siguieron el camino que marcaban las miradas, lentamente, hasta quedar uno frente al otro. Sin emitir sonido alguno, acercaron sus labios y se besaron con una pasión inmensa. La sangre fluía a borbotones en ambos corazones, que bombeaban más deprisa que nunca y con el mismo ritmo.
Los labios de Joseph no habían probado nada tan dulce como aquello; Aquel azúcar alimentó rápidamente el amor que llevaba en su interior, y una luz comenzó a brillar alrededor de ambos, tan pura y tan intensa que la gente que paseaba por la zona la siguió buscando el foco de emisión, y quedando contagiada del amor en el mismo momento en que lo encontraban y de una hipnosis que obligaba a desechar cualquier tipo de odio.
¿Qué te pasa? preguntó el amante desconocido a Joseph, que rápidamente salió de su abstracción quedando por un segundo perdido entre la realidad y la imaginación. Se encontró abrazado a aquel cuerpo.
¿No te gusto? preguntó de nuevo la voz del cuerpo.
Perdona, es que acabo de acordarme que no he hecho una cosa en el trabajo, mintió Joseph. Tronco, si no estás a lo que tienes que estar lo dejamos, dijo la voz.
No, no, de verdad, ya me concentró, añadió Joseph.
Follaron rápido, sin mirarse, sin darse un solo beso y sin mostrar el mínimo sentimiento. Nada más llegar al orgasmo, el chico quedó tendido boca abajo en la cama y así permaneció hasta la mañana siguiente.
Joseph en cambio quedó nuevamente ensimismado por el dulce dolor que le provocaba el recuerdo.
El dueño de la ardiente mirada se llamaba Rodrigo, nombre que ese mismo día tatuó Joseph para siempre en su alma. Tras las 5 horas que duró el beso, sus labios se desprendieron, y el mundo volvió a girar, quedando modificados los husos horarios.
No pudieron vivir un sólo día desde entonces sin verse. Rodrigo resultó ser un ángel que cayó del cielo para hacer feliz a Joseph. Las horas parecían segundos cuando estaban juntos, se complementaban a la perfección, eran las dos mitades de un mismo alma, y cuando la distancia les separaba, los segundos se transformaban en años, y su mente nunca estaba en el mismo sitio que sus cabezas.
La felicidad dominó sus vidas en los años siguientes, sin embargo Rodrigo había olvidado su misión como ángel, que era hacer feliz a muchas personas, no sólo a una, pero el tiempo se encargo de despertar de nuevo sus instintos de ángel, a los cuales poco a poco tuvo que entregarse; Al principio se negó, sólo quería amar a Joseph, aunque más tarde comprendíó que podría seguir amándolo mientras, ayudaba a otras personas a ser un poquito más felices.
Joseph no comprendió que Rodrigo ya no lo tuviera como epicentro de su vida, y la llama que ardió aquella noche lejana, comenzó a apagarse.
Rodrigo usó un fuelle mágico para encender de nuevo aquellas brasas, pero Joseph ya había desviado su camino.
Los días comenzaron a ser insostenibles, Rodrigo intuía el fin de todo, y una noche Joseph le rasgó su alma de ángel: Me marcho.
Se miraron a los ojos y sintieron un pequeño resto de aquella primera mirada; Comenzaron a brotar lágrimas, se abrazaron y se entregaron por última vez al amor, Hicieron el amor entre sollozos, muy lentamente, agotando las últimas caricias, y los últimos besos.
Terminaron también con él último abrazo y Joseph comenzó a recoger sus cosas para marcharse. El cuarto iba perdiendo luz con cada prenda que guardaba en la maleta, mientras Rodrigo lo observaba apoyado en el marco de la puerta, sintiendo como el dolor le iba desgarrando por dentro.
Cuando el último calcetín fue guardado, se miraron nuevamente y ya no se encontraron, Tenían ante si a un extraño al que curiosamente conocían muy bien.
En silencio Joseph salió de la habitación y abandonó la casa sin mirar atrás.
Rodrigo dejó estallar todo el dolor y la agonía y comenzó a llorar un océano entero, empapando primero la almohada, hasta calar poco a poco el colchón, se formaron olas en las que se dejó mecer, casi inconsciente; La tormenta no amainó hasta pasados 7 días de lágrimas. Después de aquello hicieron falta 7 largos meses de reforma de la casa, ya que había quedado en muy malas condiciones después de someterse al agua salada.
Después de aquello Rodrigo pronunció las maldiciones que acabarían poco más tarde con su vida y mantendrían atado para siempre a Joseph a su recuerdo.
Joseph por su parte no tardó en arrepentirse de su marcha, la soledad se le metió dentro y lo dejó vacío, igual que la carcoma va ahuecando un árbol que no es capaz de defenderse y se entrega triste a la derrota final.
Comenzó una búsqueda desesperada de otra mirada que le quemara por completo las retinas, quería sentir de nuevo ese fuego quemándole por dentro, tan doloroso y a la vez tan dulce, pero todos los ojos se le antojaban vacíos, igual que él.
Algo al lado de Joseph se movió y cayó de bruces contra el momento presente. Había pasado la noche en vela; A su lado yacía el cuerpo dormido de alguien cuyo alma estaba tan destruida como la suya; Reflexionó durante un momento.
Se levantó de la cama y se dirigió al baño a mirarse en el espejo, ya casi no recordaba quien era. Al contemplar su imagen, empezó a dolerle hasta la sangre, tanto que se le inflamaron las venas y se dibujaron grandes cardenales por todo el cuerpo, observó su cara amoratada, y sonrió mientras pensaba en que ya era hora de afeitarse la barba.
Mientras la paz llegaba tuvo la certeza de que su alma volvería a estar completa muy pronto.
martes, 26 de abril de 2011
Una taza de recuerdos caducados con sueños para mojar
Un posible remedio contra la locura, sea el recuerdo; No es una cura como tal, pero sirve de alivio.
Cuando la vida parece desbordarse y la mente se niega a ser coherente, comienzan a aflorar los recuerdos uno tras otro, es como un mecanismo automático en el que, una vez perdido el norte, la mente trata de reordenarse, se refugia en imágenes que en su día trajeron paz, calma... y puede que alguna lágrima, pero siempre dulces; En ese momento la seguridad es nuestro arma, porque en lo más hondo sabemos que estamos viviendo los mismos momentos por segunda vez y conocemos el siguiente paso.
Nos encontramos ante un gran abismo difícil de saltar, la locura acecha y nos aferramos a esos recuerdos que nos mantienen unidos a la realidad. Buscamos lugares, olores, sonidos... pretendiendo que las sensaciones que inundaban nuestro alma vuelvan a aflorar.
Una imagen de ti mismo pero con muchos menos años comienza a girar en tu cabeza, te grita y viajas al pasado de su mano, pero te das cuenta que las sensaciones no son iguales, y además reaparecen tus fantasmas, esos que tenias encerrados en algún sitio, y que acabas de liberar de nuevo con el recuerdo.
Corres de los fantasmas, te das cuenta que fuiste en busca de tu vida pero ya no está, y no te queda otra opción que regresar a la que no quieres vivir, en ese momento es cuando caes en la cuenta de que por eso existe la locura, porque ya no hay ninguna vida decente que vivir y crees volverte loco.
Los recuerdos tienen fecha de caducidad, la misma fecha en que se decide empezar a adornarlos, creando otros recuerdos nuevos, mejores, pero también falsos; De este modo comienzan los recuerdos de las cosas que no se han vivido y que nunca se vivirán porque son recuerdos de una infancia que jamás se vivirá de nuevo.
Caes derrotado, piensas en lo que no has tenido y sin tenerlo aún así lo has perdido; La vida real se impone ante tí, la que vives en el momento presente y de nuevo notas el vacío de ese abismo que no eres capaz de saltar. Se te ocurre llenarlo y pasar andando, pero por más cemento que echas, el gran agujero no se llena.
Tratas de llamar a la locura, seguro que loco se vive mejor, te acuerdas de Don Quijote y sientes cierta envidia, aunque sin darte cuenta has dado con la clave de todo, Don Quijote soñaba con Dulcinea, era la razón de su vida. Hay que refugiarse en los sueños, no en la memoria, porque nada de lo que hay en ella va a volver.
En medio de la desesperada noche las sábanas te dan un frío abrazo y empiezas a soñar sin dormir, aún quedan muchos sueños por cumplir piensas, buscas el sentido de la vida, seguro que darle sentido a la vida calma la agonía, pero no lo encuentras por ninguna parte; Quizá no exista un sentido de la vida, puede que haya varios, todos ellos pequeñitos, y que sean los sueños del día a día, pequeñas metas que nos vamos marcando, y que ayudan a gastar los días, aunque ese pensamiento te parece muy triste, y sin más, derramas una lágrima y te entregas a un sueño en el que crees ser un oso panda.
Cuando la vida parece desbordarse y la mente se niega a ser coherente, comienzan a aflorar los recuerdos uno tras otro, es como un mecanismo automático en el que, una vez perdido el norte, la mente trata de reordenarse, se refugia en imágenes que en su día trajeron paz, calma... y puede que alguna lágrima, pero siempre dulces; En ese momento la seguridad es nuestro arma, porque en lo más hondo sabemos que estamos viviendo los mismos momentos por segunda vez y conocemos el siguiente paso.
Nos encontramos ante un gran abismo difícil de saltar, la locura acecha y nos aferramos a esos recuerdos que nos mantienen unidos a la realidad. Buscamos lugares, olores, sonidos... pretendiendo que las sensaciones que inundaban nuestro alma vuelvan a aflorar.
Una imagen de ti mismo pero con muchos menos años comienza a girar en tu cabeza, te grita y viajas al pasado de su mano, pero te das cuenta que las sensaciones no son iguales, y además reaparecen tus fantasmas, esos que tenias encerrados en algún sitio, y que acabas de liberar de nuevo con el recuerdo.
Corres de los fantasmas, te das cuenta que fuiste en busca de tu vida pero ya no está, y no te queda otra opción que regresar a la que no quieres vivir, en ese momento es cuando caes en la cuenta de que por eso existe la locura, porque ya no hay ninguna vida decente que vivir y crees volverte loco.
Los recuerdos tienen fecha de caducidad, la misma fecha en que se decide empezar a adornarlos, creando otros recuerdos nuevos, mejores, pero también falsos; De este modo comienzan los recuerdos de las cosas que no se han vivido y que nunca se vivirán porque son recuerdos de una infancia que jamás se vivirá de nuevo.
Caes derrotado, piensas en lo que no has tenido y sin tenerlo aún así lo has perdido; La vida real se impone ante tí, la que vives en el momento presente y de nuevo notas el vacío de ese abismo que no eres capaz de saltar. Se te ocurre llenarlo y pasar andando, pero por más cemento que echas, el gran agujero no se llena.
Tratas de llamar a la locura, seguro que loco se vive mejor, te acuerdas de Don Quijote y sientes cierta envidia, aunque sin darte cuenta has dado con la clave de todo, Don Quijote soñaba con Dulcinea, era la razón de su vida. Hay que refugiarse en los sueños, no en la memoria, porque nada de lo que hay en ella va a volver.
En medio de la desesperada noche las sábanas te dan un frío abrazo y empiezas a soñar sin dormir, aún quedan muchos sueños por cumplir piensas, buscas el sentido de la vida, seguro que darle sentido a la vida calma la agonía, pero no lo encuentras por ninguna parte; Quizá no exista un sentido de la vida, puede que haya varios, todos ellos pequeñitos, y que sean los sueños del día a día, pequeñas metas que nos vamos marcando, y que ayudan a gastar los días, aunque ese pensamiento te parece muy triste, y sin más, derramas una lágrima y te entregas a un sueño en el que crees ser un oso panda.
martes, 19 de abril de 2011
Alas en la noche
El viento acaricia dulcemente mi rostro mientras todo mi ser se dirige a toda velocidad a ninguna parte en concreto; funciona como una goma de borrar que va devorando casi todo alrededor. Permanece la libertad.
No sin cierto temor dejo crecer alas en mis pies, y me elevo poco a poco del suelo, "sólo unos centímetros" _pienso con una mezcla de preocupación y curiosidad_, pero la sensación de libertad me embriaga, y comienzo una ascensión en espiral hacia el cielo. Me propongo rozarlo y dejarme caer suavemente como pluma que se entrega a la brisa.
A mitad de camino adelanto a un mosquito, que al verme se relame y acelera, pero ya estoy tan lejos del suelo que el mosquito se asusta y desvía su camino; "Puede que tuviera vértigo" Me rio de mi absurdo pensamiento y continuo elevándome; Es tal el bienestar que siento que sospecho que podría llegar a las estrellas.
Siento un cosquilleo en el estomago, es emocionante desafiar a la gravedad de esta manera. Aleteo más despacio, quiero recrearme en mis emociones igual que un artista lo hace con su obra minutos después del proceso creador.
El viento me cuenta un chiste, y lo encuentro muy gracioso, desconocía que hablase su idioma, parece que no es difícil; Me paro un momento y escucho sus susurros: "Mira la luna" _Me invita_. La observo con alegría , tiene un color extraño esta noche, es el color de un sueño. Medito un momento, deduzco entonces que los sueños tienen color de luna con bordes en forma de estrellas.
Un pequeño ruido me saca de mis pensamientos, es un murcielago que se ha acercado un poco confundido pensando que yo era su padre vampiro, debería haberme vestido con colores, definitivamente el negro no me favorece; Le enseño los colmillos al pequeño animal, me guiña un ojo y continúa su búsqueda, Mucha suerte querido murcielago le grito, y vuelvo a concentrarme en mantener el aleteo.
Estiro el brazo, pero no toco nada, un poco más... ay! ya casi, parece que lo tengo en mis manos, pero ni con un dedo soy capaz de rozarlo; Me pregunto qué es lo que está pasando, y una idea cruza fugaz mi mente: El cielo no está ahí, el cielo ha comenzado en el mismo momento en que he calzado los zapatos alados, y no es tangible, se siente por dentro, como la paz o el amor, y sólo aquel que lo tiene dentro sabe que de algún modo lo está tocando.
Y ahora que he llegado tan alto, voy a aprovechar para pasar la noche en una nube; Estoy completamente seguro que los mejores sueños, se sueñan en nubes.
No sin cierto temor dejo crecer alas en mis pies, y me elevo poco a poco del suelo, "sólo unos centímetros" _pienso con una mezcla de preocupación y curiosidad_, pero la sensación de libertad me embriaga, y comienzo una ascensión en espiral hacia el cielo. Me propongo rozarlo y dejarme caer suavemente como pluma que se entrega a la brisa.
A mitad de camino adelanto a un mosquito, que al verme se relame y acelera, pero ya estoy tan lejos del suelo que el mosquito se asusta y desvía su camino; "Puede que tuviera vértigo" Me rio de mi absurdo pensamiento y continuo elevándome; Es tal el bienestar que siento que sospecho que podría llegar a las estrellas.
Siento un cosquilleo en el estomago, es emocionante desafiar a la gravedad de esta manera. Aleteo más despacio, quiero recrearme en mis emociones igual que un artista lo hace con su obra minutos después del proceso creador.
El viento me cuenta un chiste, y lo encuentro muy gracioso, desconocía que hablase su idioma, parece que no es difícil; Me paro un momento y escucho sus susurros: "Mira la luna" _Me invita_. La observo con alegría , tiene un color extraño esta noche, es el color de un sueño. Medito un momento, deduzco entonces que los sueños tienen color de luna con bordes en forma de estrellas.
Un pequeño ruido me saca de mis pensamientos, es un murcielago que se ha acercado un poco confundido pensando que yo era su padre vampiro, debería haberme vestido con colores, definitivamente el negro no me favorece; Le enseño los colmillos al pequeño animal, me guiña un ojo y continúa su búsqueda, Mucha suerte querido murcielago le grito, y vuelvo a concentrarme en mantener el aleteo.
Estiro el brazo, pero no toco nada, un poco más... ay! ya casi, parece que lo tengo en mis manos, pero ni con un dedo soy capaz de rozarlo; Me pregunto qué es lo que está pasando, y una idea cruza fugaz mi mente: El cielo no está ahí, el cielo ha comenzado en el mismo momento en que he calzado los zapatos alados, y no es tangible, se siente por dentro, como la paz o el amor, y sólo aquel que lo tiene dentro sabe que de algún modo lo está tocando.
Y ahora que he llegado tan alto, voy a aprovechar para pasar la noche en una nube; Estoy completamente seguro que los mejores sueños, se sueñan en nubes.
sábado, 16 de abril de 2011
Vidas de papel en un mundo de hojalata
Iluminado por un rayo de sol se halla un alma desangrada;
Gota a gota se derrama la vida, esa vida que no es nada y a la vez es todo;
Va muriendo lentamente viendo como unas vidas dominan a otras, todas ellas de papel
Hay papeles de fumar, fáciles de destruir, fáciles de quemar, y fáciles de deformar y dominar por otros paleles que aún siendo igualmente débiles tienen detrás todo un ejercito de cartulinas carcomidas que únicamente tienen la palabra odio escrita en el centro de si mismas. No importa el grosor del papel que da forma a la vida, lo fundamental es el mensaje que guardan.
Todo papel nace a partir de otra vida, bello blanco y dispuesto a llenarse de mensajes; Los trazos son educables, por eso en ocasiones hay poesias hermosas, palabras sin sentido, o auténticas declaraciones de guerra, cuyo autor no duda en usar a modo de tijera herrumbrosa este mundo de hojalata en que vivimos, dispuesto a cortar toda una papelería entera si es necesario.
El papel dueño del alma moribunda llora en silencio por el dominio injusto de los cartones que arrancan las finas hojas de una vieja biblia, con una crueldad inmensa que parece haber sido sacada de la peor de las pesadillas.
La biblia es privada de su libertad por contener un mensaje que no todos comparten, por ello debe ser mutilada privada de todas sus ideas hasta quedar reducida a un simple abecedario cuyas letras arbitrarias y sin orden alguno transforman a su dueño en mero espectador del óxido del mundo, y la putrefacción de unas "almas" opresoras que sin duda alguna contribuyen a la decadencia y al horror.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)