Frente al cuerpo desnudo y sudoroso de un desconocido habría de recordar Joseph, muchos años más tarde, el único amor que gobernó su mísera vida, y que lo había dejado maldito, condenado a vagar de cuerpo en cuerpo, calmando momentaneamente su sed de pasión, pero nunca la triste soledad que desde entonces lo acompañó.
Era una noche fría, caminaba rápido, distraido, cuando una mirada quedó marcada a fuego para siempre en su retina provocándole una quemadura que redujo sustancialmente su visión. El mundo se detuvo momentaneamente; Hasta la tierra paró su eterno movimiento para observar aquel encuentro.
Nunca dos miradas se clavaron de la misma manera, cual puñales en el alma, llegando a ver las mismísimas entrañas, los pensamientos más escondidos, y los deseos más fervientes, provocando un accidente que a largo plazo habría de ser mortal.
Sus cuerpos siguieron el camino que marcaban las miradas, lentamente, hasta quedar uno frente al otro. Sin emitir sonido alguno, acercaron sus labios y se besaron con una pasión inmensa. La sangre fluía a borbotones en ambos corazones, que bombeaban más deprisa que nunca y con el mismo ritmo.
Los labios de Joseph no habían probado nada tan dulce como aquello; Aquel azúcar alimentó rápidamente el amor que llevaba en su interior, y una luz comenzó a brillar alrededor de ambos, tan pura y tan intensa que la gente que paseaba por la zona la siguió buscando el foco de emisión, y quedando contagiada del amor en el mismo momento en que lo encontraban y de una hipnosis que obligaba a desechar cualquier tipo de odio.
¿Qué te pasa? preguntó el amante desconocido a Joseph, que rápidamente salió de su abstracción quedando por un segundo perdido entre la realidad y la imaginación. Se encontró abrazado a aquel cuerpo.
¿No te gusto? preguntó de nuevo la voz del cuerpo.
Perdona, es que acabo de acordarme que no he hecho una cosa en el trabajo, mintió Joseph. Tronco, si no estás a lo que tienes que estar lo dejamos, dijo la voz.
No, no, de verdad, ya me concentró, añadió Joseph.
Follaron rápido, sin mirarse, sin darse un solo beso y sin mostrar el mínimo sentimiento. Nada más llegar al orgasmo, el chico quedó tendido boca abajo en la cama y así permaneció hasta la mañana siguiente.
Joseph en cambio quedó nuevamente ensimismado por el dulce dolor que le provocaba el recuerdo.
El dueño de la ardiente mirada se llamaba Rodrigo, nombre que ese mismo día tatuó Joseph para siempre en su alma. Tras las 5 horas que duró el beso, sus labios se desprendieron, y el mundo volvió a girar, quedando modificados los husos horarios.
No pudieron vivir un sólo día desde entonces sin verse. Rodrigo resultó ser un ángel que cayó del cielo para hacer feliz a Joseph. Las horas parecían segundos cuando estaban juntos, se complementaban a la perfección, eran las dos mitades de un mismo alma, y cuando la distancia les separaba, los segundos se transformaban en años, y su mente nunca estaba en el mismo sitio que sus cabezas.
La felicidad dominó sus vidas en los años siguientes, sin embargo Rodrigo había olvidado su misión como ángel, que era hacer feliz a muchas personas, no sólo a una, pero el tiempo se encargo de despertar de nuevo sus instintos de ángel, a los cuales poco a poco tuvo que entregarse; Al principio se negó, sólo quería amar a Joseph, aunque más tarde comprendíó que podría seguir amándolo mientras, ayudaba a otras personas a ser un poquito más felices.
Joseph no comprendió que Rodrigo ya no lo tuviera como epicentro de su vida, y la llama que ardió aquella noche lejana, comenzó a apagarse.
Rodrigo usó un fuelle mágico para encender de nuevo aquellas brasas, pero Joseph ya había desviado su camino.
Los días comenzaron a ser insostenibles, Rodrigo intuía el fin de todo, y una noche Joseph le rasgó su alma de ángel: Me marcho.
Se miraron a los ojos y sintieron un pequeño resto de aquella primera mirada; Comenzaron a brotar lágrimas, se abrazaron y se entregaron por última vez al amor, Hicieron el amor entre sollozos, muy lentamente, agotando las últimas caricias, y los últimos besos.
Terminaron también con él último abrazo y Joseph comenzó a recoger sus cosas para marcharse. El cuarto iba perdiendo luz con cada prenda que guardaba en la maleta, mientras Rodrigo lo observaba apoyado en el marco de la puerta, sintiendo como el dolor le iba desgarrando por dentro.
Cuando el último calcetín fue guardado, se miraron nuevamente y ya no se encontraron, Tenían ante si a un extraño al que curiosamente conocían muy bien.
En silencio Joseph salió de la habitación y abandonó la casa sin mirar atrás.
Rodrigo dejó estallar todo el dolor y la agonía y comenzó a llorar un océano entero, empapando primero la almohada, hasta calar poco a poco el colchón, se formaron olas en las que se dejó mecer, casi inconsciente; La tormenta no amainó hasta pasados 7 días de lágrimas. Después de aquello hicieron falta 7 largos meses de reforma de la casa, ya que había quedado en muy malas condiciones después de someterse al agua salada.
Después de aquello Rodrigo pronunció las maldiciones que acabarían poco más tarde con su vida y mantendrían atado para siempre a Joseph a su recuerdo.
Joseph por su parte no tardó en arrepentirse de su marcha, la soledad se le metió dentro y lo dejó vacío, igual que la carcoma va ahuecando un árbol que no es capaz de defenderse y se entrega triste a la derrota final.
Comenzó una búsqueda desesperada de otra mirada que le quemara por completo las retinas, quería sentir de nuevo ese fuego quemándole por dentro, tan doloroso y a la vez tan dulce, pero todos los ojos se le antojaban vacíos, igual que él.
Algo al lado de Joseph se movió y cayó de bruces contra el momento presente. Había pasado la noche en vela; A su lado yacía el cuerpo dormido de alguien cuyo alma estaba tan destruida como la suya; Reflexionó durante un momento.
Se levantó de la cama y se dirigió al baño a mirarse en el espejo, ya casi no recordaba quien era. Al contemplar su imagen, empezó a dolerle hasta la sangre, tanto que se le inflamaron las venas y se dibujaron grandes cardenales por todo el cuerpo, observó su cara amoratada, y sonrió mientras pensaba en que ya era hora de afeitarse la barba.
Mientras la paz llegaba tuvo la certeza de que su alma volvería a estar completa muy pronto.
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