Las despedidas son siempre tristes, y mucho más cuando son para siempre, porque alguien se va de este mundo de locos. Cuando se vela a un cadáver, los relojes parecen no funcionar, el tiempo queda detenido de manera extraña. El protagonista de la velada se mantiene dignamente cruzado de brazos en el centro de un gran corro cuyos ojos permanecen vidriosos, unos mirando al suelo, otros mirando al cuerpo sin vida, con una mezcla de tristeza y curiosidad, preguntándose cuánto queda de la persona que habitaba en su interior y cuanto se ha marchado a no se sabe muy bien donde.
El cadáver se encuentra vestido acorde a la ocasión, con sus mejores galas, preparado para el viaje que comienza; Con su partida también empieza el desfile de despedidas de las personas que mantenían algún tipo de vínculo, Todos hacen balance de los momentos compartidos, a la memoria acuden veloces los recuerdos más alegres que se creían olvidados, y que en ese momento no traen adjunta la alegría, sino la tristeza.
Una vez quise despedirme de alguien que partió en busca de las estrellas; Después de un cierto tiempo valorando si hacerlo o no, me decidí a entrar al lugar donde aguardaba ese cuerpo que tantas veces había abrazado. Vestía de blanco, dentro de una caja, como si fuera la figura de un ángel en una vitrina. Me senté a su lado, esperando quizá que abriera los ojos, pero no lo hizo, intenté buscar la vida, pero no la encontré. Aún así hablé con ese ángel, pero de mi garganta no salió ningún sonido, le desee buen viaje, aunque de mala gana, porque no quería que se marchara, mientras lo hacía no derrame ni una sola lágrima, era una despedida serena.
Pasados unos minutos me levante de la silla, y como siempre, me dirigí a darle un beso, mientras me acercaba, me vi desde fuera caminando a cámara lenta, los 3 pasos que me separaban del ataúd parecieron kilómetros, había miradas de diversos espectadores, preparándose para estallar en un llanto incontrolable al observar el irremediable último beso de dos almas que se quedaban en mundos diferentes, separados por una barrera extraña que nadie sabe muy bien donde se encuentra.
Al llegar a la caja de madera apoyé mis manos en ella; Miré su cara llena de paz, y una sonrisa se dibujó en su rostro. Bajé la cabeza lentamente, y cuando estuve a su altura cerré los ojos y mis labios comenzaron un suave movimiento formando un beso que impactó contra su frente. Sin embargo no fue como esperaba, creí encontrar el calor que siempre tuvo, pero aquella piel estaba fría como la escarcha, Ese frío se coló en mis labios y quedó para siempre dentro de mi cabeza.
Me erguí y salí del cuarto sin mirar atrás. Una vez fuera lloré silenciosamente, al poco rato las lágrimas se acabaron, aunque seguí llorando, pero por dentro, otras lágrimas diferentes, que dudo algún día puedan llegar a agotarse.
Hola, ya veo q por fin te decidiste, es el rehecho o uno nuevo? bueno me ha gustado bastante, espero q sias deleitando a la vida con esas dulces palabras. un beso, espero que no el último... Eva
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