Cuando las sonrisas quedan encarceladas, no hay nada que hacer, salvo perder la dignidad y hacerse pequeño, huir de la condición social y esconderse en un sueño. El mundo no es perfecto para ciertas miradas vacías de ironía y llenas de misterio, que buscan en su propio universo una estrella de la que colgar un columpio para jugar eternamente.
Si los barrotes son muy duros, del cuerpo crece un muro de cristal blindado, que va creciendo más y más hasta alcanzar la infinidad a medida que crece la imperfección a un lado y se destruye la perfección al otro. El mundo se ve, pero no se siente y las lágrimas se evaporan antes de llegar al nacimiento, pues la mente no obedece y se acelera como una bicicleta sin frenos en una cuesta abajo.
La risa explota de forma incontrolada sin que se oiga el más mínimo sonido, son carcajadas mudas, atrapadas en algún sitio del pecho, acumuladas para oírse en el vaivén junto a los mudos susurros de una soledad callada permanentemente, ya que nunca hubo valor a pinchar las burbujas del jabón que tan buen aroma posee.
Dentro de las miradas, muy al fondo, existe una cueva donde aguarda un cerrojo esperando a ser abierto. La llave está esparcida, como el polen en el viendo, por el mundo infinito de besos abrazos y caricias que nace cada vez que alguien se asoma dentro.
La vida queda estática, igual que una fotografía atrapada en un marco, aguardando esa mano que siempre la toma para verla y esa imaginación que es capaz de formar un vídeo con un solo fotograma.
Todo gira muy rápido mientras alguien lo observa apaciblemente desde su lado del cristal, sentado en una silla se pregunta cuánto tiempo hace desde que cruzó la línea. De vez en cuando alguien al otro lado se para un segundo a saludarle mediante gestos que alguna vez supo interpretar y que ya olvidó. Enfoca la mirada, pero ya no hay nadie, y vuelve a perderse en la isla donde naufragó. La mirada se vacía de toda cordura y en su pecho queda guardada una nueva carcajada silenciosa que sólo se escucha en las estrellas.
jueves, 30 de junio de 2011
sábado, 11 de junio de 2011
Sombras quebradas por luces efímeras
Me dirijo a la cocina distraido, con una lata de refresco vacía en la mano, la meto en la nevera y cierro la puerta. Me quedo mirando el reloj, no lo escucho, pero veo su tic tac. Siempre se ve pasar el tiempo, pero nunca se oye, tan sólo el tic tac de los relojes que lo secuestran en una cárcel, cuyos barrotes albergan la esperanza de un futuro lleno de triunfos sin valorar y pérdidas sobrevaloradas.
Me pienso como pieza de un gran puzzle, que defectuosa no encaja en el dibujo dejándolo incompleto, inacabado. Somos puzzles pequeñitos que se unen a otros más grandes; Mi mente se pierde en esa red inmensa alrededor del mundo. Al momento deshago la red y vuelvo a la nevera, saco la lata y la tiro a la basura.
Regreso al salón, miro por la ventana y la calle se me antoja un universo nuevo por explorar, me doy la vuelta y siento las paredes caerse sobre mi, mientras mi cuerpo crece desmesuradamente a una velocidad de vértigo, que acelera el aplastamiento. Me transformo en una madeja hecha nudos que me ahogan y que al tratar de deshacer aprieto aún más.
Bajo a la calle, le encargo a la brisa que sea mi peine, y siento mucho miedo, pues de repente parece que olvido el lenguaje, dejo de entender cuando me hablan con palabras. Necesito un abrazo de esos que me hacen sentir grande como un océano, enamorado del cielo y condenado a rozarse solamente en el infinito horizonte.
Inflo mi alma y la dejo ascender, como el globo que se le escapa a un niño y vuela fugaz hacia el cielo, mientras mi cuerpo permanece inmóvil observando la ascensión, igual que la pequeña mirada perdida en el infinito y cargada de lágrimas henchidas de pérdida provocadas por el cielo ladrón de globos. Me hace gracia mi idea y me imagino al cielo escondiendo un almacén secreto de globos perdidos y a sus pobres dueños cuya mirada nunca recobró la alegría.
Te pienso, y al pensarte quiero olvidarte, porque eres una herida abierta desde dentro, una especie de huevo en flor del que nace un gusano que va alimentándose vorazmente de una castaña, hasta que su saciedad le obliga a salir a respirar y forma un túnel hacia el exterior del fruto. Me devoras por dentro mientras yo me deshago buscando el extremo de mi madeja.
No logro quitarme del todo el sabor del dolor, busco en mi lengua la fuente del mismo y encuentro escondidas las últimas palabras que callé. Desconozco si algún día seré capaz de expulsarlas hacia tus oídos y libre pueda gritarle al viento que sople todo lo fuerte que quiera, pues no me llevará más con él porque habré de cargar piedras en los bolsillos, igual que a mi espalda cargo el peso de la culpa que jamás tuve, pero soñé tener.
Me harto de entender y busco sentir; Los caminos se abren ante mi y elijo el más difícil, la calle más oscura me parece la más bella, me adentro y llego a un paraíso que se extiende desde mi propio cuerpo hasta un abismo que baja al mismísimo infierno. Lo qué más temo es llegar al final, pegar un salto y desde arriba al observar el camino que he andado darme cuenta que había un mar de lágrimas y un cielo de sonrisas, pero por no saber ponerle alas a mi barca nunca llegué a ver las sonrisas.
Regreso a casa, más despeinado que nunca, al entrar oigo el tic tac del reloj, entro a la cocina y miro como se mueve el minutero, constante imparable, mientras el segundero acelera su marcha y se acerca rápidamente a adelantarlo. Abro la nevera, cojo una lata de refresco y me voy al sofá a ver la tele, al cabo de una hora me doy cuenta que está apagada.
Me pienso como pieza de un gran puzzle, que defectuosa no encaja en el dibujo dejándolo incompleto, inacabado. Somos puzzles pequeñitos que se unen a otros más grandes; Mi mente se pierde en esa red inmensa alrededor del mundo. Al momento deshago la red y vuelvo a la nevera, saco la lata y la tiro a la basura.
Regreso al salón, miro por la ventana y la calle se me antoja un universo nuevo por explorar, me doy la vuelta y siento las paredes caerse sobre mi, mientras mi cuerpo crece desmesuradamente a una velocidad de vértigo, que acelera el aplastamiento. Me transformo en una madeja hecha nudos que me ahogan y que al tratar de deshacer aprieto aún más.
Bajo a la calle, le encargo a la brisa que sea mi peine, y siento mucho miedo, pues de repente parece que olvido el lenguaje, dejo de entender cuando me hablan con palabras. Necesito un abrazo de esos que me hacen sentir grande como un océano, enamorado del cielo y condenado a rozarse solamente en el infinito horizonte.
Inflo mi alma y la dejo ascender, como el globo que se le escapa a un niño y vuela fugaz hacia el cielo, mientras mi cuerpo permanece inmóvil observando la ascensión, igual que la pequeña mirada perdida en el infinito y cargada de lágrimas henchidas de pérdida provocadas por el cielo ladrón de globos. Me hace gracia mi idea y me imagino al cielo escondiendo un almacén secreto de globos perdidos y a sus pobres dueños cuya mirada nunca recobró la alegría.
Te pienso, y al pensarte quiero olvidarte, porque eres una herida abierta desde dentro, una especie de huevo en flor del que nace un gusano que va alimentándose vorazmente de una castaña, hasta que su saciedad le obliga a salir a respirar y forma un túnel hacia el exterior del fruto. Me devoras por dentro mientras yo me deshago buscando el extremo de mi madeja.
No logro quitarme del todo el sabor del dolor, busco en mi lengua la fuente del mismo y encuentro escondidas las últimas palabras que callé. Desconozco si algún día seré capaz de expulsarlas hacia tus oídos y libre pueda gritarle al viento que sople todo lo fuerte que quiera, pues no me llevará más con él porque habré de cargar piedras en los bolsillos, igual que a mi espalda cargo el peso de la culpa que jamás tuve, pero soñé tener.
Me harto de entender y busco sentir; Los caminos se abren ante mi y elijo el más difícil, la calle más oscura me parece la más bella, me adentro y llego a un paraíso que se extiende desde mi propio cuerpo hasta un abismo que baja al mismísimo infierno. Lo qué más temo es llegar al final, pegar un salto y desde arriba al observar el camino que he andado darme cuenta que había un mar de lágrimas y un cielo de sonrisas, pero por no saber ponerle alas a mi barca nunca llegué a ver las sonrisas.
Regreso a casa, más despeinado que nunca, al entrar oigo el tic tac del reloj, entro a la cocina y miro como se mueve el minutero, constante imparable, mientras el segundero acelera su marcha y se acerca rápidamente a adelantarlo. Abro la nevera, cojo una lata de refresco y me voy al sofá a ver la tele, al cabo de una hora me doy cuenta que está apagada.
jueves, 2 de junio de 2011
La huella del último beso
Las despedidas son siempre tristes, y mucho más cuando son para siempre, porque alguien se va de este mundo de locos. Cuando se vela a un cadáver, los relojes parecen no funcionar, el tiempo queda detenido de manera extraña. El protagonista de la velada se mantiene dignamente cruzado de brazos en el centro de un gran corro cuyos ojos permanecen vidriosos, unos mirando al suelo, otros mirando al cuerpo sin vida, con una mezcla de tristeza y curiosidad, preguntándose cuánto queda de la persona que habitaba en su interior y cuanto se ha marchado a no se sabe muy bien donde.
El cadáver se encuentra vestido acorde a la ocasión, con sus mejores galas, preparado para el viaje que comienza; Con su partida también empieza el desfile de despedidas de las personas que mantenían algún tipo de vínculo, Todos hacen balance de los momentos compartidos, a la memoria acuden veloces los recuerdos más alegres que se creían olvidados, y que en ese momento no traen adjunta la alegría, sino la tristeza.
Una vez quise despedirme de alguien que partió en busca de las estrellas; Después de un cierto tiempo valorando si hacerlo o no, me decidí a entrar al lugar donde aguardaba ese cuerpo que tantas veces había abrazado. Vestía de blanco, dentro de una caja, como si fuera la figura de un ángel en una vitrina. Me senté a su lado, esperando quizá que abriera los ojos, pero no lo hizo, intenté buscar la vida, pero no la encontré. Aún así hablé con ese ángel, pero de mi garganta no salió ningún sonido, le desee buen viaje, aunque de mala gana, porque no quería que se marchara, mientras lo hacía no derrame ni una sola lágrima, era una despedida serena.
Pasados unos minutos me levante de la silla, y como siempre, me dirigí a darle un beso, mientras me acercaba, me vi desde fuera caminando a cámara lenta, los 3 pasos que me separaban del ataúd parecieron kilómetros, había miradas de diversos espectadores, preparándose para estallar en un llanto incontrolable al observar el irremediable último beso de dos almas que se quedaban en mundos diferentes, separados por una barrera extraña que nadie sabe muy bien donde se encuentra.
Al llegar a la caja de madera apoyé mis manos en ella; Miré su cara llena de paz, y una sonrisa se dibujó en su rostro. Bajé la cabeza lentamente, y cuando estuve a su altura cerré los ojos y mis labios comenzaron un suave movimiento formando un beso que impactó contra su frente. Sin embargo no fue como esperaba, creí encontrar el calor que siempre tuvo, pero aquella piel estaba fría como la escarcha, Ese frío se coló en mis labios y quedó para siempre dentro de mi cabeza.
Me erguí y salí del cuarto sin mirar atrás. Una vez fuera lloré silenciosamente, al poco rato las lágrimas se acabaron, aunque seguí llorando, pero por dentro, otras lágrimas diferentes, que dudo algún día puedan llegar a agotarse.
El cadáver se encuentra vestido acorde a la ocasión, con sus mejores galas, preparado para el viaje que comienza; Con su partida también empieza el desfile de despedidas de las personas que mantenían algún tipo de vínculo, Todos hacen balance de los momentos compartidos, a la memoria acuden veloces los recuerdos más alegres que se creían olvidados, y que en ese momento no traen adjunta la alegría, sino la tristeza.
Una vez quise despedirme de alguien que partió en busca de las estrellas; Después de un cierto tiempo valorando si hacerlo o no, me decidí a entrar al lugar donde aguardaba ese cuerpo que tantas veces había abrazado. Vestía de blanco, dentro de una caja, como si fuera la figura de un ángel en una vitrina. Me senté a su lado, esperando quizá que abriera los ojos, pero no lo hizo, intenté buscar la vida, pero no la encontré. Aún así hablé con ese ángel, pero de mi garganta no salió ningún sonido, le desee buen viaje, aunque de mala gana, porque no quería que se marchara, mientras lo hacía no derrame ni una sola lágrima, era una despedida serena.
Pasados unos minutos me levante de la silla, y como siempre, me dirigí a darle un beso, mientras me acercaba, me vi desde fuera caminando a cámara lenta, los 3 pasos que me separaban del ataúd parecieron kilómetros, había miradas de diversos espectadores, preparándose para estallar en un llanto incontrolable al observar el irremediable último beso de dos almas que se quedaban en mundos diferentes, separados por una barrera extraña que nadie sabe muy bien donde se encuentra.
Al llegar a la caja de madera apoyé mis manos en ella; Miré su cara llena de paz, y una sonrisa se dibujó en su rostro. Bajé la cabeza lentamente, y cuando estuve a su altura cerré los ojos y mis labios comenzaron un suave movimiento formando un beso que impactó contra su frente. Sin embargo no fue como esperaba, creí encontrar el calor que siempre tuvo, pero aquella piel estaba fría como la escarcha, Ese frío se coló en mis labios y quedó para siempre dentro de mi cabeza.
Me erguí y salí del cuarto sin mirar atrás. Una vez fuera lloré silenciosamente, al poco rato las lágrimas se acabaron, aunque seguí llorando, pero por dentro, otras lágrimas diferentes, que dudo algún día puedan llegar a agotarse.
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