lunes, 9 de mayo de 2011

Pequeño instante mágico en el suburbano

Me encontraba físicamente en la puerta del astro rey, bajo tierra, aunque mi mente volaba lejos en tiempo y distancia. A bordo de un barco comerciaba con territorios orientales varios siglos atrás.

Mis oídos también estaban ocupados, una melodía impedía de forma intencionada que nada me devolviera a mi vida. Todos los accesos habituales a los estímulos estaban sellados, dejándome totalmente abstraído en ese mundo bello de mi imaginación.

De esa guisa me hallaba cuando cometí el error de abrir por un microsegundo los receptores de estímulos visuales, alce brevemente la cabeza y quede totalmente hipnotizado por la criatura mas hermosa del mundo.

La melodía se detuvo y trajo un silencio callado únicamente por los sonidos que emitía la criatura. Avance siglos y corrí miles de kilómetros en un segundo, hasta quedar en el momento presente.

Ante mi había una niña, de unos 4 años, con unos ojos rasgados poseedores de una mirada enérgica, llena de la vida mas pura y mas inocente. A ambos lados de la cabeza nacía una trenza que dividía el cabello de forma simétrica y perfecta.

Llevaba un vestido de un rojo intenso, cual cereza madura desafiando al gorrión con apetito de 3 días. A juego con sus sandalias, de las cuales ascendían por sus piernas unas medias de color blanco, como la piel pálida de su rostro.

La niña jugaba cerca de su madre, ejercitando la imaginación adquirida no hace mucho, saltaba, reía, movía los brazos de un lado a otro, como comprobando cada movimiento que su pequeño cuerpo era capaz de hacer.

La vida es magia, pensé observando a la niña, que parecía disfrutar con cada pequeño movimiento.

Desvié la mirada a su madre, sus ojos eran exactamente iguales, pero no poseían la misma mirada, que en contraposición a la de su hija era triste y ausente, parecía una mujer tímida, introvertida y llena de resignación, tal vez fruto de la educación que una vez recibió, y que la hizo perder la energía y alegría, que hoy domina la vida de su hija.

Regrese a la niña que me transmitía parte de la energía que irradiaba, y por un instante su mirada se posó en la mía, me miraba de forma curiosa, con mirada de niño que mira a una persona mayor. Me pregunté en ese instante si ella también percibió parte de mi energía, mucho mas apagada que la suya.

Un ruido ensordecedor nos sobrecogió a ambos y nos robó ese instante mágico; El tren iniciaba su entrada en la estación; Cuando se hubo detenido me moví, aun un poco ausente, dirigiéndome hacia una de las puertas que daban acceso al vagón.

La niña del vestido rojo y su madre entraron al mismo vagón, pero por otra puerta, mi mirada danzaba entre ambas, como quien mira la escena mas bella del cuadro jamás pintado.

En un segundo el vagón rebosó de gente que volvían a ser personas y finalizó el baile hechizado de mi mirada al terminar la canción compuesta solo por dos notas, la niña y su madre.

Mis ojos se sumergieron de nuevo en el mar de letras que tenia entre mis manos, sonreí sin ningún motivo en concreto dispuesto a retomar mi viaje.

sábado, 7 de mayo de 2011

El vapor de la soledad

La mirada de Cati era muy profunda y misteriosa, aunque reflejaba una gran tristeza; Llevaba ya dos años sola en la calle, su familia no la quería y un buen día decidió marcharse; Sin ningún sitio donde acudir, no tuvo más remedio que ir de un lugar a otro, durmiendo en cualquier parte, y buscando comida en los cubos de basura de los restaurantes.

Cati antes era muy sociable, pero en la calle la gente la miraba con desprecio por lo que acabó volviéndose totalmente antisocial, una vez al acercarse a un chico, éste la pegó tal patada que estuvo con dolor de espalda dos semanas, casi no se podía mover y creyó que iba a morir, pero aquello no estaba aun en su destino. No era la primera vez que rozaba el mundo de los muertos, en otra ocasión se acercó a un camarero que estaba fumando a la puerta de un restaurante con la esperanza de que le diera algo de comer, parecía muy amable, entró al restaurante y al poco tiempo regresó a la calle con un poco de carne.

Cati tenía mucha hambre, tanta que ni siquiera saboreó la carne, quizá si lo hubiese hecho hubiera percibido algo extraño en ella. El camarero en realidad no quería verla más cerca del restaurante y trató de envenenarla, pasó 2 días enteros vomitando, y otros 3 con dolores abdominales que la impedían moverse, por ello durante ese tiempo quedó tendida sobre un cartón en una calle muy poco transitada; La gente que por allí pasaba la daba por muerta y no se acercaban a comprobarlo.

En esos días su cuerpo se transformó, era muy fino y sus huesos casi sobresalían por encima de la carne; Su pelo que antes brillaba con intensidad ahora estaba lacio y sin color, ya casi no quedaba nada de la belleza que un día tuvo.

Una noche perdió un ojo, pasó por una calle donde había dos chicos practicando el tiro con una lata, desgraciadamente un plomo fue a alojarse en el globo ocular de Cati; Los chicos en vez de ayudarla se marcharon corriendo, Cati no podía ser más desgraciada, suponía que no duraría mucho más en la calle, la vida se le acababa.

Como un cuchillo caliente que atraviesa mantequilla, a su paso la gente se iba apartando, dejaba tras de si asco y repugnancia. Cati estaba resignada, nadie la iba a querer tal como era: Era fea, olía mal, y le faltaba un ojo. Mientras caminaba absorta en ese pensamiento, un perro comenzó a ladrar, Cati se asustó tanto que echó a correr, sin darse cuenta que un coche se dirigía hacia allí a gran velocidad. El coche ni se molestó en frenar, Cati murió en el mismo momento del impacto contra el vehículo, y posteriormente su cuerpo quedó aplastado contra el asfalto.

Nadie se acercó a retirar el cadáver, que terminó por secarse al sol.
El alma de Cati se liberó del peso de su cuerpo y volvió a ser tan bella como siempre, mientras se iba elevando, una sensación de felicidad la iba embriagando, por fin se marchaba al cielo de los gatos, aislado de la crueldad humana.

domingo, 1 de mayo de 2011

El lado podrido del amor

Frente al cuerpo desnudo y sudoroso de un desconocido habría de recordar Joseph, muchos años más tarde, el único amor que gobernó su mísera vida, y que lo había dejado maldito, condenado a vagar de cuerpo en cuerpo, calmando momentaneamente su sed de pasión, pero nunca la triste soledad que desde entonces lo acompañó.

Era una noche fría, caminaba rápido, distraido, cuando una mirada quedó marcada a fuego para siempre en su retina provocándole una quemadura que redujo sustancialmente su visión. El mundo se detuvo momentaneamente; Hasta la tierra paró su eterno movimiento para observar aquel encuentro.

Nunca dos miradas se clavaron de la misma manera, cual puñales en el alma, llegando a ver las mismísimas entrañas, los pensamientos más escondidos, y los deseos más fervientes, provocando un accidente que a largo plazo habría de ser mortal.

Sus cuerpos siguieron el camino que marcaban las miradas, lentamente, hasta quedar uno frente al otro. Sin emitir sonido alguno, acercaron sus labios y se besaron con una pasión inmensa. La sangre fluía a borbotones en ambos corazones, que bombeaban más deprisa que nunca y con el mismo ritmo.

Los labios de Joseph no habían probado nada tan dulce como aquello; Aquel azúcar alimentó rápidamente el amor que llevaba en su interior, y una luz comenzó a brillar alrededor de ambos, tan pura y tan intensa que la gente que paseaba por la zona la siguió buscando el foco de emisión, y quedando contagiada del amor en el mismo momento en que lo encontraban y de una hipnosis que obligaba a desechar cualquier tipo de odio.

¿Qué te pasa? preguntó el amante desconocido a Joseph, que rápidamente salió de su abstracción quedando por un segundo perdido entre la realidad y la imaginación. Se encontró abrazado a aquel cuerpo.
¿No te gusto? preguntó de nuevo la voz del cuerpo.
Perdona, es que acabo de acordarme que no he hecho una cosa en el trabajo, mintió Joseph. Tronco, si no estás a lo que tienes que estar lo dejamos, dijo la voz.
No, no, de verdad, ya me concentró, añadió Joseph.

Follaron rápido, sin mirarse, sin darse un solo beso y sin mostrar el mínimo sentimiento. Nada más llegar al orgasmo, el chico quedó tendido boca abajo en la cama y así permaneció hasta la mañana siguiente.
Joseph en cambio quedó nuevamente ensimismado por el dulce dolor que le provocaba el recuerdo.

El dueño de la ardiente mirada se llamaba Rodrigo, nombre que ese mismo día tatuó Joseph para siempre en su alma. Tras las 5 horas que duró el beso, sus labios se desprendieron, y el mundo volvió a girar, quedando modificados los husos horarios.

No pudieron vivir un sólo día desde entonces sin verse. Rodrigo resultó ser un ángel que cayó del cielo para hacer feliz a Joseph. Las horas parecían segundos cuando estaban juntos, se complementaban a la perfección, eran las dos mitades de un mismo alma, y cuando la distancia les separaba, los segundos se transformaban en años, y su mente nunca estaba en el mismo sitio que sus cabezas.

La felicidad dominó sus vidas en los años siguientes, sin embargo Rodrigo había olvidado su misión como ángel, que era hacer feliz a muchas personas, no sólo a una, pero el tiempo se encargo de despertar de nuevo sus instintos de ángel, a los cuales poco a poco tuvo que entregarse; Al principio se negó, sólo quería amar a Joseph, aunque más tarde comprendíó que podría seguir amándolo mientras, ayudaba a otras personas a ser un poquito más felices.

Joseph no comprendió que Rodrigo ya no lo tuviera como epicentro de su vida, y la llama que ardió aquella noche lejana, comenzó a apagarse.
Rodrigo usó un fuelle mágico para encender de nuevo aquellas brasas, pero Joseph ya había desviado su camino.

Los días comenzaron a ser insostenibles, Rodrigo intuía el fin de todo, y una noche Joseph le rasgó su alma de ángel: Me marcho.
Se miraron a los ojos y sintieron un pequeño resto de aquella primera mirada; Comenzaron a brotar lágrimas, se abrazaron y se entregaron por última vez al amor, Hicieron el amor entre sollozos, muy lentamente, agotando las últimas caricias, y los últimos besos.

Terminaron también con él último abrazo y Joseph comenzó a recoger sus cosas para marcharse. El cuarto iba perdiendo luz con cada prenda que guardaba en la maleta, mientras Rodrigo lo observaba apoyado en el marco de la puerta, sintiendo como el dolor le iba desgarrando por dentro.
Cuando el último calcetín fue guardado, se miraron nuevamente y ya no se encontraron, Tenían ante si a un extraño al que curiosamente conocían muy bien.

En silencio Joseph salió de la habitación y abandonó la casa sin mirar atrás.

Rodrigo dejó estallar todo el dolor y la agonía y comenzó a llorar un océano entero, empapando primero la almohada, hasta calar poco a poco el colchón, se formaron olas en las que se dejó mecer, casi inconsciente; La tormenta no amainó hasta pasados 7 días de lágrimas. Después de aquello hicieron falta 7 largos meses de reforma de la casa, ya que había quedado en muy malas condiciones después de someterse al agua salada.

Después de aquello Rodrigo pronunció las maldiciones que acabarían poco más tarde con su vida y mantendrían atado para siempre a Joseph a su recuerdo.

Joseph por su parte no tardó en arrepentirse de su marcha, la soledad se le metió dentro y lo dejó vacío, igual que la carcoma va ahuecando un árbol que no es capaz de defenderse y se entrega triste a la derrota final.
Comenzó una búsqueda desesperada de otra mirada que le quemara por completo las retinas, quería sentir de nuevo ese fuego quemándole por dentro, tan doloroso y a la vez tan dulce, pero todos los ojos se le antojaban vacíos, igual que él.

Algo al lado de Joseph se movió y cayó de bruces contra el momento presente. Había pasado la noche en vela; A su lado yacía el cuerpo dormido de alguien cuyo alma estaba tan destruida como la suya; Reflexionó durante un momento.

Se levantó de la cama y se dirigió al baño a mirarse en el espejo, ya casi no recordaba quien era. Al contemplar su imagen, empezó a dolerle hasta la sangre, tanto que se le inflamaron las venas y se dibujaron grandes cardenales por todo el cuerpo, observó su cara amoratada, y sonrió mientras pensaba en que ya era hora de afeitarse la barba.

Mientras la paz llegaba tuvo la certeza de que su alma volvería a estar completa muy pronto.